(Ricardo Capetillo Casares)
Me voy a detener en el camino,
en la cruda confluencia del camino,
donde se junta el golpe de las risas
con el grito crucial de la miseria.
Voy a clavar mi canto “traicionero”
donde han puesto otras voces sus aplausos
embotando la arista de los pueblos.
No todo es pregonar que todo es bello,
que todo es dulce, suave, placentero
en la cruel realidad de nuestras vidas.
No todo es afirmar que lo primero
es presentar la imagen deformada
de una patria vibrante y cantarina
sin visos de dolor y enriquecida
por el soñado esfuerzo de su gente.
Para que un pueblo crezca, se haga grande,
debe recoger lo bueno y malo,
y así junto, mezclado con los dedos,
arrojarlo al rigor de la conciencia.
Que el que piensa que el ritmo de la patria
es tan sólo cantar las cosas bellas
tiene el riesgo que el golpe de la historia
le cruce sus palabras con lo cierto.
Oh México, eres grande. Te venero
pero tal como eres, no velado,
no encubierto tu cuerpo dolorido
con la cómoda veste del discurso
que busca complacer, sin ver que daña
al pobre analfabeta que se esconde
en la cueva insalubre de su pena.
Oh México, eres grande. Te venero
pero tal como eres, no encubierto
por la injusta alabanza que denigra
por parejo al que dice y al que escucha.
Oh México, eres grande. Te venero
pero tal como eres, no falseado,
que el amor verdadero hacia la patria
es igual al del niño en su inocencia
que tiene al que le dio la vida buena
(pobre, tal vez, pero fecunda vida)
devoción, fiel entrega, amor sincero.
Oh México, eres grande. Te venero
pero tal como eres, no escondido
en la vergüenza estúpida de un canto
que levantan por ti los vendepatrias;
ni oculto entre falsas oriflamas
que un grupo de canallas pavonean
para tapar el llanto de tus hijos.
Oh México, eres grande. Te venero
y tal vez –ojalá- más grande fueras
si a fuerza de ser inmenso te entregaras
a darle libertad al oprimido,
si colmaras la boca del hambriento,
si curaras las llagas del herido,
si vistieras con galas los harapos,
si pusieras sonrisa entre los labios
torcidos de dolor y de miseria.
Oh México, eres grande. Te venero
y tal vez –ojalá- más grande fueras
si a fuerza de ser inmenso te entregaras,
lo mismo que una madre apasionada,
en brazos de tus hijos olvidados,
en brazos de tus hijos oprimidos.