Mi
madre hilaba
Mi madre, en
silencio,
hilaba
la eternidad con las hebras del tiempo. Era el poder de los bienes ancestrales;
vaciaba en cada uno de nosotros
los jugos que
devienen
de las vértebras secretas de la tierra.
Ella vetó, sin tregua, nuestro sueño, acrecentó la hacienda
y horneó el pan
cotidiano,
Los
pájaros y las matas florecidas no conocieron otra mano
para
crecer en exuberancia y en belleza, que la suya.
Sus noches
largas,
reclinadas
sobre una almohada constelada de interrogaciones,
ella
curó nuestras fiebres infantiles, sanó las heridas adolescentes;
y
supo de un mar y otro mar amargo que tragar.
Cada año y cada
hijo
dejaron secos y
desnudos sus ojos,
como si con el
llanto se le hubieran descosido los párpados.
Un
día, se agrietaron sus muros y descendió a la noche.
Ahora
sé que su silencio en el quehacer sumiso fue flor de sabiduría,
el
nervio vivo con que se mueve el dedo del Amor.
ENRIQUETA OCHOA