(Fidencio Escamilla Cervantes)
La calle es larga en este México mío
y al oscurecer el día, el panorama es sombrío,
surgiendo cientos de manos pidiendo pan, un abrigo.
La calle que era de día, se transformó en un ratito
Y ahora es penumbra, miedo; es dolor, hambruna y frío.
Se callaron la boca, se mordieron la lengua,
Se cubrieron los ojos, hicieron miradas ciegas;
Pusieron oídos sordos, se arrancaron las orejas
Y mil muros de desprecio pusieron con su soberbia.
Y la ciudad se hizo barrio, las avenidas, viviendas;
Tragahumo los muchachos, y las “marías” sirvientas.
El político, un farsante podrido entre las promesas;
Y los niños de la calle: una realidad que pesa.
Yo protesto ¡protesto ante una justicia que apesta!
Que se inclina ante el dinero y que del pobre hace presa.
¡Yo protesto y con rabia y con dolor acompaño esta protesta!
Y hoy la presento a ustedes, esperando una respuesta.
Un minuto de su tiempo para que abran sus conciencias.
Del corazón, una arteria, para que la sangre hierva.
Del cerebro, un pensamiento y esta crisis se resuelva.
Y de su alma, una esperanza, para ganar la contienda.
¡Yo protesto! Y mil niños avalan la protesta que se mueren de hambre y de frío, en las calles y banquetas.
Que se enferman y se pudren por dentro
Entre vicios, droga y delincuencia.
La sabiduría con pelo desgreñado, quiere una respuesta!
Esas caritas sucias piden pan, amor… ¡Justicia a secas!
Esos niños descalzos, que por hambre realizan mil piruetas,
No tientan el corazón de aquél que los observa.
A fuerza de golpes, de hambre, de falta de cariño,
De políticas torpes e ilusiones desechas,
De padres drigadictos y de madres sin conciencia,
Los niños de la calle, de todo mundo, son presas.
Sus miradas se pierden entre la indiferencia
De un mundo cibernético que al degradarse, progresa.
A nadie le importa un estómago vacío…
Ni una cara pintada, con infinita tristeza.
Esos niños de la calle que hoy viven de piruetas,
No conocen el amor, casi nadie los besa;
Sólo saben de amarguras, porque con ellas despiertan;
De afecto, reciben burlas y mil de señas obscenas.
¡Son hijos de la apatía, del no deseo de parejas!
¡Del sexo mal comprendido que vive la adolescencia!
¡Del machismo que imponemos por dominar a la hembra!
¡De aquellos que se enamoran y se juntan y se dejan!
¡De toda esta peste infame, esos niños son las presas!
¡Del médico mariguano; de la prostituta enferma!
¡Del corrupto policía que la sociedad segrega!
¡Del ministro de cultura, que de ignorante, babea!
¡Del gobernante que no habla porque se tragó la lengua!
¡Del maestro, que ha olvidado cual ha sido su tarea!
¡Del sacerdote, que con armas y licor contrabandea!
¡y del borracho, que briago, en la banqueta se mea!
Esos niños de la calle, esta podredumbre heredan
Y cada día y cada noche, de la humanidad se acuerdan.
De los golpes cotidianos que en sus espaldas pasean,
Sin que tengan un mañana, una ilusión… una meta.
Cuando sus manos extienden para que alguién los vea,
No nada más piden ellos, de limosna, una moneda.
Demandan una caricia, de amor, si quiera una cena
Que a su corazón y su alma un afecto le devuelvan.
Cuando sus manos extienden para que alguien los vea,
En ellas ponen mil años de explotación callejera.
De un estómago con hambre; o con una infección venérea
Por el abuso sexual de un buitre… o de una hiena.
Esos niños de la calle que casi a diario protestan,
Limpiando los parabrisas por una cuantas monedas;
Lanzándonos mil reproches por esa vida que llevan:
Su disfraz de payasito, esconde una cara tierna.
Como tu hijo, o mi hijo, también esos niños sueñan.
Más… quien sabe si con dios, o si crean en la noche buena.
Si sus sueños sean hermosos… o de martirio y de penas,
Como es en su realidad, por esa vida que llevan.
Como tu hijo, o mi hijo, que solícitos nos besan
Y llenos de amor y ternura, su cariño nos profesan.
Esos niños de la calle, de ello, quisieran muestras;
Más, no se los permitimos y el rechazo los aleja.
¡Por eso grito ante ustedes esta sentida protesta!
Y la firman mil de niños, que duermen en las banquetas,
Que se cubren con periódicos que a veces mal se alimentan
Y que su vida se acaba en esas calles perversas.
Los que viven en Polanco, o en la central camionera.
En la plaza Garibaldi, o en la glorieta Minerva.
En paseo de la reforma, o cerca de presidencia.
En el parvial de San Cosme, o afuera de las iglesias.
Esos hijos de una crisis que surgen entre parejas:
¡Del médico mariguano; de la prostituta enferma!
¡Del corrupto policía que la sociedad segrega!
¡Del ministro de cultura, que de ignorante babea!
¡Del gobernante que no habla porque se tragó la lengua!
¡Del maestro, que ha olvidado cual ha sido su tarea!
¡Del sacerdote, que con armas y licor contrabandea!
¡y del borracho, que briago, en la banqueta se mea!
¡Este grito de protesta! ¡salgan… salgan y vean!
A los niños de la calle, sin porvenir, sin bandera.
Entre enfermos, entre vicios, entre droga y delincuencia.
¡Por eso protesto y grito! ¡Salgan… salgan y vean!