En mi largo trajinar
me aquejaron ciertos males,
cuatro veces fui a parar
a las camas de hospitales.
Males propios de la edad
me afectaron muy de lleno,
me llegaron a tumbar
a las manos de un galeno.
En tan grave circunstancia
me asaltaba el gran temor
¿será mi última estancia?
¿me ocurrirá, aquí, lo peor?.
Es terrible el gran sopor
que te invade al contemplar
el recinto en que, quizás,
sobrevenga eso, lo peor.
Pienso en mis seres queridos,
que cómo han de quedar,
tras mis últimos suspiros,
¿quién me los va a consolar?
Quedo en manos del doctor,
de su gran sabiduría,
o quizás de una pastilla,
o los designios de Dios.
Con mis solos pensamientos,
entre esas cuatro paredes,
esperando el tratamiento,
se me hace firmar papeles.
Pronto asumo la esperanza
de que estoy con buena gente,
cuando alguien, de repente,
llega, y calma, y da confianza.
Llega de blanco vestida,
se hace amiga y confidente,
me levanta la autoestima,
pese al mal, me siento fuerte.
Es, me dicen, mi enfermera,
pero es mucho más que eso,
con ternura me sosiega,
es sin duda mi ángel bueno.
Mientras hace sus tareas
y me aplica el tratamiento,
me conversa, me da aliento,
me renueva las ideas.
Mi enfermera, mi ángel bueno,
quién con su vestido blanco,
a la par cuida mi cuerpo
y mi alma, con encanto.
Sus palabras, sus cuidados,
me disipan los temores,
y son sus dïestras manos
como pétalos de flores.
Cuando tienen que curar
ciertas zonas protegidas,
lo hacen desinhibidas,
con decencia y dignidad.
Me ha devuelto la confianza
en la ciencia del doctor,
me revierte la esperanza,
y conmigo está el Señor.
“Relájese, no sea nervioso,
ya muy pronto va a estar bien”.
Pienso en todo, fui estudioso,
me gustan los viajes en tren.
Pienso en libros de mi estante,
mis lecturas preferidas,
en Gardel y otros cantantes
y en mis locas poesías.
Comenzado el tratamiento,
pastillas, una inyección,
un fuerte relajamiento,
¡Se inicia la operación!
Veo el techo artesonado,
es mi visión muy borrosa,
”Sí, señor, ya está operado,
voy a medir su glucosa”.
Bajo sus mágicas manos
y encantadores modales,
pronto se van, espantados,
los dolores y los males.
El doctor, un semidiós,
la enfermera, semidiosa,
esmerada, bondadosa,
les doy gracias, a los dos.
El milagro está cumplido,
ya no existe mi dolor,
veo al frente a mi doctor,
y a la del blanco vestido.
Ya se alejaron los males,
estoy de nuevo muy sano,
gracias a las suaves manos
de la de dulces modales
Autor:
Gustavo Prochazka Travi