ante el altar de los caudillos de la independencia
Manuel Brioso y Candiani
México, al recordar la ardiente guerra
a que debió su sacra autonomía,
convoca a las naciones de la tierra
a convivir con ella en armonía.
Ya no es el español el hombre odiado
que provocara cólera o rencores;
es el colono, por la ley llamado,
para entregarse en paz a sus labores.
¿Qué mejor oblación en los altares
de Hidalgo, de Morelos y Guerrero,
que ofrecer nuestra mano y nuestros lares,
transformando en nativo al extranjero?
La sangre por doquiera derramada
de aquella lucha, en los heroicos hechos,
da su fruto en la tierra liberada:
por eso surgen ya nuevos derechos.
México en otro tiempo campo rojo,
sin ley augusta y sin precisa norma,
que incitaba al pillaje y al despojo,
en pueblo laborioso se transforma.
Abre los brazos al obrero honrado
y de la servidumbre lo redime
para que viva siempre emancipado
de la miseria amarga que lo oprime.
Al que la tierra con afán cultiva,
lo alienta para ser un propietario,
y su esperanza y su trabajo aviva,
librándolo de todo victimario.
Si antes nos agobió el encomendero
con su avaricia y su crueldad odiosa,
ya no hay trabas que opriman al obrero,
ni al campesino en la heredad fructuosa.
Escuelas, bibliotecas y talleres
impulsan ya al estudio o la tarea
a ignaras mas no inútiles mujeres,
y al indio analfabeto de la aldea.
Tales son los presentes redentores
traídos de la patria a los altares
son los frutos más sanos, los mejores
de las grandes contiendas seculares.
¡Que venga hacia este suelo el que confíe
en la rica cosecha del mañana,
que ya una nueva aurora nos sonríe
en esta fértil tierra mexicana!