jueves, 28 de octubre de 2010
Poesía del descubrimiento de América
nació Cristóbal Colón.
Le gustaba ver los barcos,
y hablar de navegación.
Cuando Cristóbal fue grande,
redondo el mundo creyó.
Y la gente se mofaba,
de todo lo que explicó.
Al palacio del rey,
muy contento Cristóbal se presentó.
A pedir, ayuda,
pero el soberano rey no se la dio.
Y muy triste, se fue a España,
a pedir ayuda a Isabel.
Y la reina, inteligente,
comprendió lo que decía él.
Y sus prendas, ella vendió.
Y tres barcos a Colón compró.
Y el día 12 de octubre,
a América, Colón llegó.
Banderita – día de la bandera
BANDERITA
Banderita, banderita.
Banderita tricolor,
Yo te doy toda mi vida
Y también mi corazón.
Juramento a la Bandera
¡Bandera de México!
Legado de nuestros héroes,
Símbolo de la unidad
De nuestros padres
Y de nuestros hermanos,
Te prometemos ser siempre fieles
A los principios de libertad y justicia
Que hacen de nuestra Patria,
La nación independiente,
Humana y generosa,
A la que entregamos
Nuestra existencia.
Toque de Bandera
TOQUE DE BANDERA
Se levanta en el mástil mi Bandera,
como un sol entre céfiros y trinos
muy adentro en el templo de mi veneración,
oigo y siento contento latir mi corazón
Es mi bandera, la enseña nacional,
son estas notas su cántico marcial.
Desde niño sabremos venerarla
Y también por su amor, ¡vivir!
Almo y sacro pendón que en nuestro anhelo
como rayo de luz se eleva al cielo
inundando a través de su lienzo tricolor
inmortal nuestro ser de fervor y patrio ardor.
Es mi bandera, la enseña nacional,
son estas notas su cántico marcial.
Desde niño sabremos venerarla
Y también por su amor, ¡vivir!
Himno a Chiapas
¡Compatriotas que Chiapas levante
Una oliva de paz inmortal
Y marchando con paso gigante
A la gloria camine triunfal!
¡Compatriotas que Chiapas levante
Una oliva de paz inmortal
Y marchando con paso gigante
A la gloria camine triunfal!
Cesen ya de la angustia las penas
Los momentos de triste sufrir
Que retornen las horas serenas
Que prometen feliz porvenir.
Que se olvide la odiosa venganza
Que termine por siempre el rencor
Que una sea nuestra hermosa esperanza
Y uno sólo también nuestro amor.
¡Compatriotas que Chiapas levante
Una oliva de paz inmortal
Y marchando con paso gigante
A la gloria camine triunfal!
¡Compatriotas que Chiapas levante
Una oliva de paz inmortal
Y marchando con paso gigante
A la gloria camine triunfal!
miércoles, 27 de octubre de 2010
Cuento de día de muertos
CUENTO DEL DÍA DE MUERTOS I
Poco después de apagados los últimos incendios revolucionarios de la región, regresó a Morelia procedente de Europa, el joven Miguel de la Casa, huérfano de madre, hijo único y heredero de la enorme riqueza de su padre, el hacendado Don Agustín de la Casa Solariega e Izasarra, quien le escribió poco antes de morir, suplicándole volviera para hacerse cargo de su natural peculio.
El regreso a tierras Michoacanas de Don Miguel, sorprendió a pobladores y conocidos, pues arribó en ferrocarril proveniente de Veracruz, con una mujer y una niña que resultaron ser su esposa e hija. La mujer, alta y de pocas carnes y mayor que él, tenía el carácter endiablado y el entrecejo profundamente marcado. Decía era apenas un reflejo de la belleza húngara que alguno vez tuvo, cuando fue cantante de ópera en Viena y tuvo la cuita de conocer al joven Don Miguel, antes de que el embarazo y los constates dolores de cabeza del matrimonio, la dejaran agobiada y siempre preocupada del porvenir.
Nadie le hubiera creído de épocas más rozagantes de no ser por la pequeña, quizás rozando los doce años, que era el ejemplo de belleza divina; nada común en la región y por ello la atención de sobremanera: de piel blanca como las nubes, los ojos azules y brillantes como el agua, nariz delgada y recta, sonrisa limpia y dulce y el cabello largo y rubio; era el ideal de princesa Baviera llegada a un México malinchista e idealista.
Sin embargo, al pasar acaso de un par de años, sucedió algo que sucumbió a la sociedad de alcurnia moreliana; los titulares corrieron la noticia como rápido se podían mover los medios en ese tiempo: Asesinato de Don Miguel de la Casa.
Al parecer, fue hallado su cuerpo semidesnudo detrás de Catedral con un extraño rictus de horror en el rostro, al grado en que no hubo médico que se atreviera a realizarle la necropsia de ley. Máxime, cuando corrieron los rumores de que el crimen había sido realizado por órdenes de su propia esposa, quien se había mostrado siempre por demás avara y preocupada por cuidar hasta el último centavo que Don Miguel no parecía poder mantener entre las manos.
Cabe mencionar que las sospechas incrementaron porque la mujer fue vista vestida de negro, desde hacía un día antes de que fuera encontrado el cuerpo, pues se suponía había estado el hacendado extraviado de fiesta por varios días. Por ello, entre bisbiseos y murmullos, siempre quedó la duda del homicidio, y la mujer nunca fue siquiera interrogada, pues los oficiales de policía temían de aquella extranjera que ni el 4° Arzobispo de Michoacán-Morelia y tierras Santas, Don Leopoldo Ruiz y Flores, quiso confesar jamás.
Pasaron pues los años, y la mujer nunca dejó de vestirse de negro, pero sí recuperó e incrementó buena parte de la fortuna, aunque ni ella ni su hija eran vistas de día con regularidad.
No se conoce mucho de la infancia de la hija de Don Miguel, salvo que le llamaban “la niña Ignacia” y que su belleza se acrecentó al pasar de los años, pues las características físicas se remarcaron acompañadas de un cuerpo que se fue tornando escultural: una cintura por demás pequeña, una espalda arqueada, las piernas largas y el busto firme y redondeado…
Se dice que nunca fue a la escuela sino que tomó clases particulares en su casa; siempre bajo la supervisión constante de su extraña y arisca madre, y bajo la tutela personal de únicamente mujeres, pues aparentemente la dama de negro no quería correr ningún tipo de riesgo, ni social ni económicamente hablando. No iba a permitir que un hijo de N-A-D-I-E cortejara a su hija… No iba a dejar que nadie se entrometiera en los planes que tenía para ambas. Ella y sólo ella, decidiría con quien la casaría para incrementar el feudo familiar.
Es de imaginar la soledad en la que se desarrolló “la niña Ignacia”, que en la edad de la rebeldía, ideó la forma de hacerse de amigos más allá de los libros que podía leer y la servidumbre con la que podía conversar, por lo que encontró que su madre le permitía a media tarde, entrar en la biblioteca de su padre con la excusa de dedicar tiempo a la lectura de los clásicos.
Día a día, con la paciencia beata, Ignacia fue asomándose a la ventana, viendo tímidamente en un principio, las sombras y figuras que se alcanzaban a mirar detrás de la tela blanca de las cortinas. De esa forma imaginaba; un perro, un hombre cargando madera para fogón, un vendedor de globos, un cura cargando su Biblia, aquel otro podría ser el médico con su familia, o una mujer galante y borrachos orinando su temor.
Como era de esperarse, llegó el tiempo en que la imaginación no fue suficiente, pues la bella adolescente pronto se enamoró de un joven al que conoció de esa forma… Entre las sesiones escolares, las clases de piano, las lecturas de la Biblia y los larguísimos rezos del rosario, Ignacia soñaba con que llegara la hora de acercarse a esa ventana, abrirla despacito, apenas un poco, y escuchar las bisagras rechinar y asomar parte de la cara para poder escuchar el galante saludo de aquel extraño, “Buenas tardes, princesa”, y ella responder con un susurro “las tenga usted, caballero”.
Cabe decir que estos encuentros furtivos se realizaban cada vez con mayor frecuencia, principalmente a media noche para no ser descubiertos por la madre de esta, por lo que por un buen tiempo, tuvo Ignacia la costumbre de bajar a media noche, a hurtadillas, para encontrarse con aquél muchacho, y abrir un chiflón de la ventana, para platicar a susurros y voces bajas, acerca de todo lo que les pasara por la mente: libros, paisajes y pasajes románticos, música y enamoramientos eran de charla cotidiana.
Al menos, hasta que llegó la fatídica fecha del décimo aniversario de la muerte de su padre, en que su madre, la húngara de negro, bajó las escaleras sin cenar y como durante los últimos diez años, se dispuso a salir en el carruaje a media noche. Nunca nadie supo a dónde iba, quizás al cementerio a purgar sus penas, quizás, se llegó a decir, a buscar algún beodo que le vendiera un rato de sexo pasajero. ¡Ignacia, te vas a ir al infierno!, sentenció mientras la bella muchacha sentía del pecho saltar el corazón, y acto seguido azotó la ventana y corrió escaleras arriba a esconderse bajo su cama. Aquella noche no durmió. “Y usted, joven, si valora a su familia, nunca más volverá a pasar por esta cuadra“.
Al verlo vestido con uniforme del colegio militar, la dama de negro escribió una carta a la luz de una vela. Y en penumbras, selló con cera y envió a un conocido militar de la región, acompañada la misiva de un pequeño saco de monedas de oro. “Le ruego General, que envíe al muchacho al frente, pues es sueño de él y de su humilde familia, defienda a la patria contra la rebelión de Escobar”.
Mirando el bajo-cama, esa noche Ignacia lloró desconsolada. No podía creer que había sido descubierta, y conociendo a su madre, imploró al cielo por una ayuda, una compasión que nunca llegó
No pasó mucho tiempo en que la gente del pueblo se diera cuenta de lo sucedido, y curiosos, solían pasar por el callejón, percatándose que paciente, esperaba Ignacia con la ventana entreabierta, a que de vuelta se apareciera el joven que alguna vez le enamoró.
Así, transcurrieron noches y noches, e Ignacia no lograba dormir, muchos dijeron, pareció la joven perder la razón, y ya no hubo fuerza humana ni su propia madres que lograra despegarla de la ventana, en la que permanecía toda la noche murmurando, rezando, rogando que tal o cual sombra, fuera de su amado que venía de nuevo a visitarla.
Por ello, la dama de negro, un buen día llegó a su lado y peinándole el cabello, le comunicó que gracias a su esfuerzo, venía de Praga un joven noble para casarse con ella; que debía recuperar los bríos para retomar la vida que había trazado para ella. Ignacia, permaneció en silencio y se limitó sólo a llorar. Su madre, desesperada, le confesó que había enviado al joven al frente, y que hacía algunas semanas había muerto en batalla militar.
Increíblemente, la dama de negro logró su cometido. Ignacia se levantó del lugar, le sonrió a su madre y besó su mano; con un beso que la hizo estremecer, pues fríos sintió sus labios. Nunca imaginó que la vida de ambas cambiaría a partir de esa escena.
Una semana trascurrió desde que recibió la dura noticia, y el día viernes, la dama de negro se levantó de la mesa y se fue a dormir la siesta, sin saber que nunca más despertaría, pues tras cortas convulsiones, murió asfixiada con espasmos musculares y vómito y espuma, y silenciosos gemidos de dolor que nunca lograron salir en gritos. Esa misma noche, con el cadáver de la madre a su lado, Ignacia se sentó de nuevo en la ventana.
Dicen los que saben de esta historia, que Ignacia nunca más se despegó de esa ventana de colonial fachada, ni siquiera para los servicios fúnebres de su madre, que terminó en fosa común pues no quiso la heredera pagarle entierro. Y es por ello común atender que de los transeúntes que pasaban por ahí todas las noches, la escuchaban platicar a solas, como si conversara con un fantasma, y sobresalían las palabras dulces, amables, preciadas, como aquellas que una mujer sólo reserva para un amante y “amable caballero”.
Es pues por eso imprescindible contar también, que después de varios años, encontraron los vecinos un olor desagradable proveniente de la casa de Don Miguel de la Casa, que era habitada ya únicamente por la loca Ignacia, ya vieja. Llegaron las autoridades y entraron a la habitación, encontrando a Ignacia muerta, con los ojos blancos, la faz arrugada y pálida, casi calva, vestida de negro igual que su madre, y abrazando una fotografía que todos supusieron había sido de aquel caballero que alguna vez la cortejó.
Y sirva este cuento entonces de advertencia, que a partir de ese día, en la noche de muertos de noviembre, es necesario guardarse en casa para de pronto, evitar encontrarse caminando solos en la zona del antiguo centro, quizás saliendo de un café o una cena, dónde sin darse cuenta, llegará el momento en que únicamente podrán escuchar la vaciedad de la noche y el retumbar de las propias suelas, con el aire frío entrando por la nariz y el sudor saliendo por la frente. Recuérdenlo muy bien, pues corren el riesgo de encontrarse de pronto en un callejón, frente a una ventana cuyas bisagras rechinen hasta quedar entreabierta. Forzosamente voltearán hacia ella, con el corazón retumbando, con el alma asustada y el cuerpo estremecido, y lograrán afinar los sentidos apenas lo suficiente para casi imperceptiblemente escuchar algunos murmullos del otro lado. Y ya habrá sido demasiado tarde. Detrás del vidrio, sucio y las cortinas roídas, habrán de encontrarse con la siniestra silueta encorvada y penante, de una vieja con faz desquiciada, desecha, y ya no podrán dar marcha atrás por más que quieran correr hacia el otro lado. Sus piernas no se los permitirán. A esa mujer, no le podrán nunca mirar los ojos pues estará vestida de negro y cubierta con un velo, apenas asomará la piel pálida y arrugada de la cara, y así sucederá año tras año, década tras década, hasta que encuentre a otro ser a quien confunda con su enamorado, matándolo al instante de un infarto para poder llevárselo a descansar con ella, en la paz eterna del infierno. Sirva entonces este cuento, de advertencia…
Leyendas para el día de muertos
La calle de Don Juan Manuel
El tramo de República de Uruguay, entre Av. 20 de Noviembre y Calle 5 de Febrero, por mucho tiempo se conoció como la Calle de Don Juan Manuel porque se cree que ahí habitó Juan Manuel Solórzano, el protagonista de una leyenda muy difundida en otros tiempos.
"Hace muchos años que vivía en la entonces Calle Nueva un hombre muy rico llamado Juan Manuel, de vez en vez se sumía en una depresión mayor hasta que llegó a concebir la idea de ingresar al convento de San Francisco pero para ello mandó llamar a un sobrino suyo que vivía en España para que le administrase sus negocios.
Llegó el sobrino, pero al poco tiempo Don Juan Manuel empezó a sentir unos celos enfermizos por lo que invocó al diablo, prometiéndole entregarle su alma, si le proporcionaba el medio para descubrir al que lo estaba deshonrando.
Por supuesto el diablo ni tardo ni perezoso acudió y le aconsejó que a las 11 de la noche saliera y matara al que se encontrara en la calle. Así lo hizo, pero el día siguiente se le volvió a presentar el diablo y le dijo que al que había matado era inocente; pero que siguiera saliendo todas las noches y continuara matando hasta que él se apareciera junto al cadáver del culpable.
Don Juan Manuel obedeció sin replicar y todas las noches salía del zaguán, se recargaba en el muro y envuelto en su ancha capa, esperaba tranquilo a la víctima.
Como no había alumbrado, al oír pasos cerca Don Juan Manuel se acercaba al transeúnte y le preguntaba:
"-Perdone usted, ¿qué horas son?"
"-Las once."
"-Dichoso usted que sabe a qué hora va a morir."
Don Juan Manuel sacaba el puñal y se lo encajaba a la inocente víctima.
Todas las mañanas amanecía un cadáver en la Calle Nueva, y nadie podía explicarse el misterio de aquellos asesinatos tan espantosos como frecuentes.
En uno de tantos días, muy temprano condujo la ronda un cadáver a la casa de Don Juan Manuel y al verlo nuestro protagonista reconoció a su sobrino, a quien amaba entrañablemente y a quien debía la conservación de su fortuna".
Don Juan no dijo nada pero los remordimientos fueron terribles. Se dirigió al Convento de San Francisco a hablar con un monje muy sabio y le pidió consejo en su arrepentimiento.
El reverendo lo escuchó y le mandó por penitencia que durante tres noches consecutivas fuera a las doce en punto a rezar un rosario al pie de de la horca, en desagravio de sus faltas y para poder absolverlo de sus culpas.
La primera noche acudió al pie de la horca, pero sin haber concluido el rosario, oyó una voz sepulcral que reclamaba en tono dolorido. "-¡Un Padre Nuestro y un Ave María por el alma de Juan Manuel!" Se quedó mudo y regresó a su casa preso de pánico. Esperó al amanecer y fue a ver al religioso que lo había escuchado. "
-Vuelva esta misma noche -le dijo el religioso- considere que esto ha sido dispuesto por el que todo lo sabe para salvar su ánima y reflexione que el miedo se lo ha inspirado el demonio como un ardid para apartarlo del buen camino, y haga la señal de la cruz cuando sienta espanto."
Volvió a las doce al lugar indicado, y al empezar a rezar, vio un cortejo de fantasmas, que con cirios encendidos conducían su propio cadáver en un ataúd. Más muerto que vivo, tembloroso y desencajado, se presentó al otro día al Convento de San Francisco y le pidió al religioso que lo absolviera por favor porque ya no podía más. El religioso se compadeció de él y lo absolvió pero le hizo prometer que fuera a rezar el último rosario que tenía por penitencia.
¿Qué sucedió esa noche? Nadie lo sabe el caso es que el día siguiente, se encontraba colgado de la horca pública un cadáver y éste precisamente era el de Don Juan Manuel de Solórzano, hombre de confianza del virrey Marqués de Cadereyta.
El pueblo dijo desde entonces que a Don Juan Manuel lo habían ahorcado los ángeles, y la tradición lo repite y lo seguirá repitiendo por los siglos de los siglos.
Leyenda de terror para el día de Muertos: Los muertos de Xochimilco
Los muertos de Xochimilco
Se cuenta que el 1o de noviembre, cada año de manera especial, al sonar las campanas de las iglesias cercanas; a las 12:00, las almas de los difuntos cruzan la zona de Xochimilco iniciando su camino a los poblados cercanos al lago, donde habitan sus dolientes.
Dice la tradición que al siguiente día, en la mañana, después del culto otorgado en el que a los muertos se les ofrece simbólicamente comida, bebida e incluso música, y una vez apagadas las velas que los recuerdan, las almas de los difuntos se retiran al retocar las campanas.
Se dice que el sonido de las campanas indica a las almas el camino correcto o que deben seguir para llegar a los poblados, primero salen de sus sepulcros, se reúnen y se distribuyen en las moradas que habitaban cuando vivos, y después se reúnen nuevamente para dirigirse al panteón.
Existe por ahí también una historia que circula de manera hablada en la que se decía que si alguien iba al lago de Xochimilco, uno se enamoraba irremediablemente del lugar y se perdía en la zona para nunca más regresar.
Leyendas de terror para día de muertos: La llorona
La llorona
Nadie sabe de cierto cuándo comenzó a aparecer la llorona por nuestras calles, pero su presencia debe haber aterrorizado a muchos, tanto que su leyenda recorre todavía nuestra ciudad y recrea la imaginación de los niños de todas las generaciones desde entonces.
Cuenta la leyenda que, al caer la noche cuatros sacerdotes aguardaban expectantes. Sus ojillos vivaces iban del cielo estrellado en donde señoreaba la gran luna blanca, al espejo argentino del lago de Texcoco, en donde las bandadas de patos silenciosos bajaban en busca de los gordos ajolotes.
Después confrontaban el movimiento de las constelaciones estelares para determinar la hora, con sus profundos conocimientos de la astronomía.
De pronto estalló el grito.... Era un alarido lastimoso, hiriente, sobrecogedor. Un sonido agudo como escapado de la garganta de una mujer en agonía.
El grito se fue extendiendo sobre el agua, rebotando contra los montes y enroscándose en las albardas y en los taludes de los templos, rebotó en el Gran Teocali dedicado al Dios Huitzilopochtli,el, que comenzara a construir Tizoc en 1481 para terminarlo Ahuizotl en 1502 si las crónicas antiguas han sido bien interpretadas y pareció quedar flotando en el maravilloso palacio del entonces Emperador Moctezuma Xocoyotzin.
- Es Cihuacoatl! -- exclamó el más viejo de los cuatro sacerdotes que aguardaban el portento.
- La Diosa ha salido de las aguas y bajado de la montaña para prevenirnos nuevamente --, agregó el otro interrogador de las estrellas y la noche.
Subieron al lugar más alto del templo y pudieron ver hacia el oriente una figura blanca, con el pelo peinado de tal modo que parecía llevar en la frente dos pequeños cornezuelos, arrastrando o flotando una cauda de tela tan vaporosa que jugueteaba con el fresco de la noche plenilunar.
Cuando se hubo opacado el grito y sus ecos se perdieron a lo lejos, por el rumbo del señor de Texcocan todo quedó en silencio, sombras ominosas huyeron hacia las aguas hasta que el pavor fue roto por algo que los sacerdotes primero y después Fray Bernandino de Sahagún interpretaron de este modo: "..Hijos míos... amados hijos del Anáhuac, vuestra destrucción está próxima.."
Venía otra sarta de lamentos igualmente dolorosos y conmovedores, para decir, cuando ya se alejaba hacia la colina que cubría las faldas de los montes: "..A dónde iréis.. a dónde os podré llevar para que escapéis a tan funesto destino.. hijos míos, estáis a punto de perderos."
Al oír estas palabras que más tarde comprobaron los augures, los cuatro sacerdotes estuvieron de acuerdo en que aquella fantasmal aparición que llenaba de terror a las gentes de la gran Tenochtitlán, era la misma Diosa Cihuacoatl, la deidad protectora de la raza, aquella buena madre que había heredado a los dioses para finalmente depositar su poder y sabiduría en Tilpotoncátzin en ese tiempo poseedor de su dignidad sacerdotal.
El emperador Moctezuma Xocoyotzin se atusó el bigote ralo que parecía escurrirle por la comisura de sus labios, se alisó con una mano la barba de pelos escasos y entrecanos y clavó sus ojillos vivaces aunque tímidos, en el viejo Códice dibujado sobre la atezada superficie de amatl y que se guardaba en los archivos del imperio tal vez desde los tiempos de Itzcoatl y Tlacaelel.
El emperador Moctezuma, como todos los que no están iniciados en el conocimiento de la hierática escritura, sólo miraba con asombro los códices multicolores, hasta que los sacerdotes, después de hacer una reverencia, le interpretaron lo allí escrito.
-Señor, - le dijeron -, estos viejos anuales nos hablan de que la Diosa Cihuacoatl aparecerá según el sexto pronóstico de los agoreros, para anunciarnos la destrucción de vuestro imperio. Dicen aquí los sabios más sabios y más antiguos que nosotros, que hombres extraños vendrán por el Oriente y sojuzgarán a tu pueblo y a ti mismo, y los tuyos serán de muchos lloros y grandes penas y que tu raza desaparecerá devorada y nuestros dioses humillados por otros dioses más poderosos.
- Dioses más poderosos que nuestro Dios Huitzilopochtli, y que el Gran Destructor Tezcatlipoca y que nuestros formidables dioses de la guerra y de la sangre -- preguntó Moctezuma bajando la cabeza con temor y humildad.
- Así lo dicen los sabios y los sacerdotes más sabios y más viejos que nosotros, señor. Por eso la Diosa Cihuacoatl vaga por el Anáhuac lanzando lloros y arrastrando penas, gritando para que oigan quienes sepan oír, las desdichas que han de llegar muy pronto a vuestro Imperio.
Moctezuma guardó silencio y se quedó pensativo, hundido en su gran trono de alabastro y esmeraldas; entonces los cuatro sacerdotes volvieron a doblar los pasmosos códices y se retiraron también en silencio, para ir a depositar de nuevo en los archivos imperiales, aquello que dejaron escrito los más sabios y más viejos.
Por eso desde los tiempos de Chimalpopoca, Itzcoatl, Moctezuma Ilhuicamina, Axayácatl, Tizoc y Ahuizotl, el fantasmal augur vagaba por entre los lagos y templos del Anáhuac, pregonando lo que iba a ocurrir a la entonces raza poderosa y avasalladora. Al llegar los españoles e iniciada la conquista, según cuentan los cronistas de la época, una mujer igualmente vestida de blanco y con las negras crines de su pelo tremolando al viento de la noche, aparecía por el Sudoeste de la Capital de la Nueva España y tomando rumbo hacia el Oriente, cruzaba calles y plazuelas como al impulso del viento, deteniéndose ante las cruces, templos y cementerios y las imágenes iluminadas por lámparas, para lanzar ese grito lastimero que hiela el alma. Aaaaaaaay mis hijos!!!!!!... Aaaaaaay aaaaaaay!----
El lamento se repetía tantas veces como horas tenía la noche la madrugada en que la dama de vestiduras vaporosas jugueteando al viento, se detenía en la Plaza Mayor y mirando hacia la Catedral musitaba una larga y doliente oración, para volver a levantarse, lanzar de nuevo su lamento y desaparecer sobre el lago, que entonces llegaba hasta las goteras de la Ciudad y cerca de la traza.
Jamás hubo valiente que osara interrogarla. Todos convinieron en que se trataba de un fantasma errabundo que penaba por un desdichado amor, bifurcando en mil historias los motivos de esta aparición que se trasplantó a la época colonial.
Los románticos dijeron que era una pobre mujer engañada, otros que una amante abandonada con hijos, hubo que bordaron la consabida trama de un noble que la engaña y que abandona a una hermosa mujer sin linaje.
Lo cierto es que desde entonces se le bautizó como "La Llorona", debido al desgarrador lamento que lanzaba por las calles de la Capital de Nueva España y que por muchos lustros constituyó el más grande temor callejero, pues toda la gente evitaba salir de su casa y menos recorrer las penumbrosas callejas coloniales cuando ya se había dado el toque de queda.
Muchos timoratos se quedaron locos y jamás olvidaron la horrible visión. “Hombres y mujeres "se iban de las aguas" y cientos y cientos enfermaron de espanto.
Poco a poco y al paso de los años, la leyenda fue rebautizada con otros nombres, según la región donde se aseguraba que era vista, fue tomando otras nacionalidades y su presencia se detectó en el Sur de de América en donde se asegura que todavía aparece fantasmal, enfundada en su traje vaporoso, lanzando al aire su terrífico alarido, vadeando ríos, cruzando arroyos, subiendo colinas y vagando por cimas y montañas.
lunes, 25 de octubre de 2010
Canción México de RBD para asamblea de la revolución Mexicana
Por que sea donde sea
nosotros te seguimos
con orgullo mexicano
de mariachis y corridos
Por que nunca nos rajamos
y esta victoria loca
no se la doy a nadie
que a México hoy le toca
Esta banda se trepa a la gloria
esta banda te quiere alentar
siente en todas todas las banderas
con el alma te voy a cantar
México México vamos vamos que si se puede
México México arriba arriba que si se puede
Por que sea donde sea
nosotros te seguimos
con orgullo mexicano
de mariachis y corridos
Por que nunca nos rajamos
y esta victoria loca
no se la doy a nadie
que a México hoy le toca
Esta banda se trepa a la gloria
esta banda te quiere alentar
siente en todas todas las banderas
con el alma te voy a cantar
México México vamos vamos que si se puede
México México arriba arriba que si se puede
Y arriba México señores!!!
coro
México México vamos vamos que si se puede
México México arriba arriba que si se puede
México México vamos vamos que si se puede
México México arriba arriba que si se puede
México México vamos vamos que si se puede
México México arriba arriba que si se puede
sábado, 23 de octubre de 2010
Poesía a Hidalgo – Independencia de México
LUIS GARCÍA DE ARELLANO
A dónde vas ¡oh venerable anciano!
sosegado pastor, helada caña,
¿es acaso a la mísera cabaña
que el pan recibe de tu débil mano?
Voy a romper la frente del tirano,
voy a trinchar el centro de la España;
la religión sublime me acompaña;
soy el Moisés del pueblo mexicano.
Con fuego santo tu semblante brilla,
un grito da ya su señal potente.
La hueste hispana su cerviz humilla.
Era hombre, sí…murió…pero valiente.
Ínclito Hidalgo, grande sin mancilla,
luce tu nombre puro, indeficiente.
Poesía Campanas de Dolores – Asamblea Independencia de México
JOSÉ SANTOS CHOCANO
(Fragmento)
En el bronce en que fundieron la Campana,
arrojaron sus sortijas los más nobles caballeros,
que probaron luego el timbre de aquel bronce con la ufana
vibración de un golpe dado por la cruz de sus aceros;
y tan cóncavo y sonoro
bronce, rico en plata y oro,
ha gemido muchas veces en las trémulas escalas
de un revuelo de palomas que lo harían con sus alas.
Una mano,
que persigna las tinieblas y conjura
las edades con espíritu cristiano,
una mano de buen cura,
una mano religiosa,
cierta vez, sobrecogida
por un santo horror, se posa
en la cuerda atada al bronce, que, agitándose nerviosa,
correr siente las primeras pulsaciones de otra vida;
y es así como, en la noche de los siglos misteriosos,
la Campana de Dolores
rompe a veces el silencio, desde el fondo del arcano,
balanceando en las tinieblas, al compás de sus clamores,
una cuerda que se estira con el peso de una mano…
¡No! la mano del gran cura
no sacude la Campana, cuyos sones
van, en de disiparse por la anchura,
a plegarse en el refugio de los buenos corazones.
piénsase que, de repente,
vibra el Águila en su escudo;
abre el pico: la serpiente
dócilmente
se hace un nudo…
rompe el Águila su vuelo:
con las alas cubre el cielo;
y, en un rasgo de soberbia poderosa
que la nimba y engalana,
va y se posa
sobre el bronce de la épica Campana…
tiende el Águila su noble y emblemático abanico;
cuelga, luego, largamente,
la cabeza…y en el pico
coge al fin la cuerda como cogió un día la serpiente…
¡Y así, el águila es ahora
la que, en triunfo, como un símbolo viviente,
sonar hace sobre el pueblo la Campana redentora!...
Poema el Grito de Independencia
GUILLERMO PRIETO
Golpes suenan en la puerta,
en la puerta del cuarto,
golpes y voces que llaman
ansiosas al Cura Hidalgo.
Se hace luz, en las estancias
se pasean los caballos,
entran Allende y Aldama,
al cuarto del viejo cura.
Y sin más rodeos y preámbulos
dicen: "estamos perdidos:
¿qué resolución tomamos?"
Oye la nueva, tranquilo,
con calma y sosiego, Hidalgo. . .
"No estamos perdidos," contesta "
aquí no queda más que ir a coger gachupines"
Mientras se ajusta las armas,
y ordena que venga un criado
para que dé chocolate,
a sus valientes aliados.
Manda llamar a los serenos,
y a su hermano don Mariano;
se encendieron unas teas,
que agitaban unos cuantos.
Las veruquientas campanas,
despiertan al vecindario;
gentes a pie y de a caballo
acuden al llamamiento.
Y en una de las ventanas,
erguido, grande, sublime;
asoma su busto, Hidalgo. . . .
Y grita: ¡Muera el mal gobierno! . . .
¡Viva nuestra Madre Santísima de Guadalupe! ¡Viva América!
¡Viva México!! Viva México! ¡Viva México!
¡Viva Allende! . . . ¡Viva Aldama! . . .
¡Viva Abasolo! ¡Viva Jiménez!
¡Viva la Corregidora de Querétaro!
Doña Josefa Ortiz de Domínguez!
¡Vivan, vivan todos los que lucharon
y murieron por la Independencia Mexicana!!
¡Viva el Padre de la Patria Mexicana
don Miguel Hidalgo y Costilla!
Poesía a Josefa Ortiz de Dominguez
M. GUTIERREZ NAJER
Al viejo primate, las nubes del incienso;
Al héroe, los himnos; A Dios, el inmenso
De bosques y mares solemne rumor;
Al púgil que vence, la copa murna;
Al mártir, las palmas; y a ti –la heroína—
Las hojas de acanto y el trébol en flor.
Hay versos de oro y hay notas de plata;
Mas, busco, señora, la estrofa escarlata
Que sea toda sangre, la estrofa oriental:
Y húmedas, vivas, calientes y rojas.
A mí me entienden las trémulas hojas
Que en gráciles redes columpia el rosal.
¡Brotad, nuevas flores! ¡Surgid a la vida!
¡Despliega tus alas, gardenia entumida!
¡Botones, abríos! ¡Oh, mirtos, arded!
¡Lucid, amapolas, los ricos briales!
¡Exúberas rosas los pérsicos Chales
De sedas joyantes al aire tended!
¿Oís un murmullo que, débil, remeda
El frote friolento de cauda de seda
En mármoles tersos o limpio marfil?
¿Oís?... ¡Es la savia fecunda que asciende,
Que hincha los tallos y rompe y enciende
Los rojos capullos del príncipe Abril!
¡Oh, noble señora! La tierra te canta
El salmo de vida, y a ti se levanta
El gérmen despierto y núbil botón;
El lirio gallardo de cáliz erecto;
Y fúlgido, leve, vibrando, el insecto
Que rasca impaciente su blanda prisión!
La casta azucena, cual tímida monja,
Inciensa tus aras; la dalia se esponja
Como ave impaciente que quiere volar,
Y astuta, prendiendo se encaje a la piedra,
En corvos festones circunda la yedra,
Celosa y constante, señora, tu altar!
El chorro del agua con ímpetu rudo,
En alto su acero, brillante desnudo,
Bruñido su casco, rizado el airón,
Y el iris por banda, buscándote salta
Cual joven amante que brinca a la alta
Velada cornisa de abierto balcón.
Venid a la fronda que os brinda hospedaje
¡Oh pájaros raudos de rico plumaje;
Los nidos aguardan; venid y cantad!
Cantad a la alondra que dijo el guerrero
El alba anunciando: ¡Desnuda tu acero,
Despierta a los tuyos… Es hora…Marchad!
Suave Patria – Poesías para asambleas escolares
RAMON LOPEZ VELARDE
PROEMIO
Yo que sólo canté de la exquisita
partitura del íntimo decoro,
alzo hoy la voz a la mitad del foro
a la manera del tenor que imita
la gutural modulación del bajo
para cortar a la epopeya un gajo.
Navegaré por las olas civiles
con remos que no pesan, porque van
como los brazos del correo chuan
que remaba la Mancha con fusiles.
Diré con una épica sordina:
la Patria es impecable y diamantina.
Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.
PRIMER ACTO
Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.
El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros del petróleo el diablo.
Sobre tu Capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela;
y en tu provincia, del reloj en vela
que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.
Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.
Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.
Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.
¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
no miró, antes de saber del vicio,
del brazo de su novia, la galana
pólvora de los juegos de artificio?
Suave Patria: en tu tórrido festín
luces policromías de delfín,
y con tu pelo rubio se desposa
el alma, equilibrista chuparrosa,
y a tus dos trenzas de tabaco sabe
ofrendar aguamiel toda mi briosa
raza de bailadores de jarabe.
Tu barro suena a plata, y en tu puño
su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos se vacía
el santo olor de la panadería.
Cuando nacemos, nos regalas notas,
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera
suave Patria, alacena y pajarera.
Al triste y al feliz dices que sí,
que en tu lengua de amor prueben de ti
la picadura del ajonjolí.
¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena
de deleites frenéticos nos llena!
Trueno de nuestras nubes, que nos baña
de locura, enloquece a la montaña,
requiebra a la mujer, sana al lunático,
incorpora a los muertos, pide el Viático,
y al fin derrumba las madererías
de Dios, sobre las tierras labrantías.
Trueno del temporal: oigo en tus quejas
crujir los esqueletos en parejas,
oigo lo que se fue, lo que aún no toco
y la hora actual con su vientre de coco.
Y oigo en el brinco de tu ida y venida,
oh trueno, la ruleta de mi vida.
INTERMEDIO
(Cuauhtémoc)
Joven abuelo: escúchame loarte,
único héroe a la altura del arte.
Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
al idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de cenizas de tus plantas.
No como a César el rubor patricio
te cubre el rostro en medio del suplicio;
tu cabeza desnuda se nos queda,
hemisféricamente de moneda.
Moneda espiritual en que se fragua
todo lo que sufriste: la piragua
prisionera , al azoro de tus crías,
el sollozar de tus mitologías,
la Malinche, los ídolos a nado,
y por encima, haberte desatado
del pecho curvo de la emperatriz
como del pecho de una codorniz.
SEGUNDO ACTO
Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío.
Tus hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol,
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alambradas.
Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito;
como a niña que asoma por la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.
Inaccesible al deshonor, floreces;
creeré en ti, mientras una mejicana
en su tápalo lleve los dobleces
de la tienda, a las seis de la mañana,
y al estrenar su lujo, quede lleno
el país, del aroma del estreno.
Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de milagros, como la lotería.
Tu imagen, el Palacio Nacional,
con tu misma grandeza y con tu igual
estatura de niño y de dedal.
Te dará, frente al hambre y al obús,
un higo San Felipe de Jesús.
Suave Patria, vendedora de chía:
quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañón, y con matraca,
y entre los tiros de la policía.
Tus entrañas no niegan un asilo
para el ave que el párvulo sepulta
en una caja de carretes de hilo,
y nuestra juventud, llorando, oculta
dentro de ti el cadáver hecho poma
de aves que hablan nuestro mismo idioma.
Si me ahogo en tus julios, a mí baja
desde el vergel de tu peinado denso
frescura de rebozo y de tinaja,
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.
Por tu balcón de palmas bendecidas
el Domingo de Ramos, yo desfilo
lleno de sombra, porque tú trepidas.
Quieren morir tu ánima y tu estilo,
cual muriéndose van las cantadoras
que en las ferias, con el bravío pecho
empitonando la camisa, han hecho
la lujuria y el ritmo de las horas.
Patria, te doy de tu dicha la clave:
sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;
cincuenta veces es igual el ave
taladrada en el hilo del rosario,
y es más feliz que tú, Patria suave.
Sé igual y fiel; pupilas de abandono;
sedienta voz, la trigarante faja
en tus pechugas al vapor; y un trono
a la intemperie, cual una sonaja:
la carretera alegórica de paja.
Poesía a Hidalgo y Morelos
AMADO NERVO
¡Hidalgo y Morelos, palabras radiosas!
Pregunta esos nombres al monte y al plano
a cielos y a mares, a todas las cosas,
y así te dirán:
El monte de nieve y eternos basaltos
que siglos y siglos sus crestas irguió:
“Morelos, Hidalgo”, dirá, son más altos,
más altos que yo!
El sol, alma fuente de vivos destellos,
Imán de los mundos que el Padre creó:
“¡Hidalgo, Morelos!” dirá “¡son más bellos,
más bellos que yo!”
Y fuentes y prados y valles y cielos,
cantando los nombres de luz de los dos,
dirán con miles voces: “¡Hidalgo, Morelos,
bendígalos Dios!”
Poesía a Vicente Guerrero
JOSE ROSAS MORENO
En los montes del Sur, Guerrero un día
alzando al cielo la serena frente,
animaba al ejército insurgente
y al combate otra vez lo conducía.
Su padre, en tanto, con tenaz porfía,
lo estrechaban en sus brazos tiernamente
y en el delirio de su amor ardiente
sollozando a sus plantas le decía:
Ten piedad de mi vida desgraciada;
vengo en nombre del rey, tu dicha quiero;
poderoso te hará; dame tu espada.
¡Jamás!, llorando respondió Guerrero;
Tu vos es, padre, para mí sagrada,
más la voz de mi patria es lo primero!
Poema 15 de Septiembre – Asamblea de la Independencia de México
MANUEL ACUÑA
Después de aquella página sombría
en que trazó la historia los detalles
de aquel horrible día.
cuando la triste Méxitli veía
sembradas de cadáveres sus calles;
después de aquella página de duelo
por Cuauhtémoc escrita ante la historia,
cuando sintió lo inútil de su anhelo;
después de aquella página, la gloria
borrando nuestro cielo en su memoria
no volvió a aparecer en nuestro cielo.
La santa, la querida
madre de aquellos muertos, vencedores
en su misma caída,
fue hallada entre ellos, trémula y herida
por el mayor dolor de los dolores…
en su semblante pálido aún brillaba
de su llanto tristísimo una gota…
a su lado se alzaba
junto a un laurel una mecana rota…
y abandonada y sola como estaba,
vencido ya hasta el último patriota,
al ver sus ojos sin mirada y fijos,
los españoles la creyeron muerta,
y del incendio entre la llama incierta
los echaron en la tumba con sus hijos…
Y pasaron cien años y trescientos
sin que a ningún oído
llegaran los tristísimos acentos
de su apagado y lúgubre gemido:
Poesía a Hidalgo – Asamblea de la Independencia de México
MANUEL ACUÑA
Sonaron las campanas de Dolores
Voz de alarma que el cielo estremecía,
Y en medio de la noche surgió el día
De augusta Libertad con los fulgores.
Temblaron de pavor los opresores
E Hidalgo audaz al porvenir veía,
Y la patria, la patria que gemía,
Vio sus espinas convertirse en flores.
¡Benditos los recuerdos venerados
De aquellos que cifraron sus desvelos
En morir por sellar la independencia;
Aquellos que vencidos, no humillados,
Encontraron el paso hasta los cielos
Teniendo por camino su conciencia!
Poema a los Héroes de la Independencia – Asamblea escolar del 16 de septiembre
ante el altar de los caudillos de la independencia
Manuel Brioso y Candiani
México, al recordar la ardiente guerra
a que debió su sacra autonomía,
convoca a las naciones de la tierra
a convivir con ella en armonía.
Ya no es el español el hombre odiado
que provocara cólera o rencores;
es el colono, por la ley llamado,
para entregarse en paz a sus labores.
¿Qué mejor oblación en los altares
de Hidalgo, de Morelos y Guerrero,
que ofrecer nuestra mano y nuestros lares,
transformando en nativo al extranjero?
La sangre por doquiera derramada
de aquella lucha, en los heroicos hechos,
da su fruto en la tierra liberada:
por eso surgen ya nuevos derechos.
México en otro tiempo campo rojo,
sin ley augusta y sin precisa norma,
que incitaba al pillaje y al despojo,
en pueblo laborioso se transforma.
Abre los brazos al obrero honrado
y de la servidumbre lo redime
para que viva siempre emancipado
de la miseria amarga que lo oprime.
Al que la tierra con afán cultiva,
lo alienta para ser un propietario,
y su esperanza y su trabajo aviva,
librándolo de todo victimario.
Si antes nos agobió el encomendero
con su avaricia y su crueldad odiosa,
ya no hay trabas que opriman al obrero,
ni al campesino en la heredad fructuosa.
Escuelas, bibliotecas y talleres
impulsan ya al estudio o la tarea
a ignaras mas no inútiles mujeres,
y al indio analfabeto de la aldea.
Tales son los presentes redentores
traídos de la patria a los altares
son los frutos más sanos, los mejores
de las grandes contiendas seculares.
¡Que venga hacia este suelo el que confíe
en la rica cosecha del mañana,
que ya una nueva aurora nos sonríe
en esta fértil tierra mexicana!
Credo – Poesía escolar para la asamblea de la independencia de México
México, creo en ti,
como el vértice de un juramento. tú hueles a tragedia, tierra mía,
y sin embargo, ríes demasiado, acaso porque sabes que la risa
es la envoltura de un dolor callado.
México, creo en ti,
sin que te represente en una forma porque te llevo dentro; sin que se sepa lo que tú eres en mí; pero presiento
que mucho te pareces a mi alma, que sé que existe pero no la veo.
México, creo en ti,
en el vuelo sutil de tus canciones que nace porque sí; en la plegaria que yo aprendí para llamarte patria,
algo que es mío en mí, como tu sombra que se tiende con vida sobre el mapa.
México, creo en ti,
en forma tal que tienes de mi amada la promesa y el beso que son míos,
sin que sepa por qué se me entregaron:
no sé si por ser bueno o por ser malo,
o porque del perdón nazca el milagro.
México, creo en ti,
sin preocuparme del oro de tu entraña:
es bastante la vida de tu barro que refresca lo claro de las aguas, en el jarro que llora por los poros la opresión de la carne de tu raza.
México, creo en ti,
porque creyendo te me vuelves ansia
y castidad y celo y esperanza,
si yo conozco el cielo es por tu cielo, si conozco el dolor es por tus lágrimas
que están en mí aprendiendo a ser lloradas.
México, creo en ti,
en tus cosechas de milagrería
que sólo son deseos en las palabras, te contagias de auroras que te cantan,
¡y todo el bosque se te vuelve carne!
¡y todo el hombre se te vuelve selva!
México, creo en ti,
porque nací de ti, como la flama
es compendio de fuego y de la brasa; porque me puse a meditar que existes en el sueño y materia que me forman
y en el delirio de escalar montañas.
México, creo en ti,
porque escribes tu nombre con la X que algo tiene de cruz y de clavario; porque el águila brava de tu escudo se divierte jugando a los “volados” con la vida y, a veces, con la muerte.
México, creo en ti,
como creo en los clavos que te sangran;
en las espinas que hay en tu corona,
y en el mar que te aprieta la cintura para que tomes en la forma humana hechuras de sirena en las espumas.
México, creo en ti,
porque si no creyera que eres mío el propio corazón me lo gritara,
y te arrebataría con mis brazos
a todo intento de volverte ajeno,
¡sintiendo que a mi mismo me salvaba!
México, creo en ti,
porque eres el alto de mi marcha
y el punto de partida de mi impulso.
¡Mi credo, patria, tiene que ser tuyo, como la voz que salva y como el ancla…!
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